Nunca fue un amor, sino una maldición,
no controlar el fuego en que ardo,
y muero.
Fuego del infierno que no apaga
el agua de su cuerpo, porque
jamás creyó en cuánto la quiero.
Agua, sal y espuma de la boca
que me abruma y que no beso.
Miel, de hierbabuena, y de romero
de unos labios que no pruebo.
Alcohol en esos ojos que no veo,
y que me embriagan en sueños.
Y vino de cerezas en su cuello
y en sus senos.
Y, mientras, yo muriendo
de hambre y sed en un desierto.
Nunca fue un amor, sino una maldición,
adorar ese imposible sueño.
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