Realmente lo siento, mi querido nieto, ¡siento
tanto que no llegaras a conocerla! Yo la adoraba. En realidad nos tenía
enamorados a todos, era realmente mágica. Con ella venía la alegría, ponía de
acuerdo a unos y a otros, y lograba la absoluta complicidad de todos cuantos la
rodeaban en una especie de conspiración para la felicidad.
Sobre todo a los más pequeños. Siempre hubo
excepciones, claro, pero todos los mayores parecían estar obligados por su
magia a participar de la más bella y extendida mentira de la que tiene
conocimiento la humanidad. Vivíamos en un barrio pobre, feo, y destartalado,
apenas teníamos lo suficiente para comer, vestir, e ir al colegio. Sin embargo
ella, cuando venía, vestía con un manto blanco los solares, y la miseria.
Pocos, y pobres, pero traía regalos y manjares especiales, al menos para
nosotros, aunque en otros barrios apareciesen cada día en cada mesa. Todos
parecían querer disfrutar, cicatrizar viejas y recientes decepciones, y durante
unos días vivir un periodo de tregua con la realidad.
Luego, sin previo aviso, un año la nieve no
cayó. El frío no acabó de llegar, el Sol salía todos los días, y brillaba cada
vez con más fuerza. De Oriente solo llegaban noticias tristes, de guerras, y
emigración. Y de Laponia, ni siquiera teníamos noticias, aunque bien es verdad
que, en aquellos tiempos, aquí sabíamos muy poco de Laponia y de su enviado en
estas fechas. El caso es que, aún brillando el Sol, todo empezó a parecer más
gris, menos alegre, pareció que desaparecían la magia y la alegría consensuadas.
Ella nos había abandonado.
Harta de acusaciones, terminó por decidir no
volver. Harta de que la acusaran de ser un invento consumista, harta de ser
para unos solo una mentira que suponía el supuesto advenimiento de un Mesías, un
nacimiento erróneo, una fecha equivocada… Harta de que otros la consideraran
triste, porque habían desaparecido seres queridos para ellos, casi como si
hubiera sido ella quien les hubiera asesinado, y como si el resto del tiempo no
tuvieran que recordar a esos seres queridos. Harta también de que, ciertamente,
la utilizaran los de siempre para lanzar mensajes de falsa felicidad con el
único objetivo de vender todo aquello que proporcionaba más falsa felicidad.
Harta de haberse convertido en un objeto, de que nadie apreciase ya su magia,
que solo sobrevivía entre los niños, y no entre todos. Harta de ser el blanco
de todas las excusas, y de todas las acusaciones, como si ella tuviera la culpa
de cuanto pasaba en el mundo, y que también pasaba el resto del año. Ella,
harta de todo, dejó de venir, y la perdí, la perdimos.
A ella, a mi Navidad. Esa que no tenía nada que
ver con que hubiera nacido un Mesías, ni con la Iglesia que la había inventado,
ni con los grandes almacenes que la prostituían. Ella, mi Navidad, dejó de
venir. La que embellecía mi barrio, hacía más amables a mis vecinos, y
proporcionaba esa tregua de tiempo y espacio relativos, que aunque ya se que no
lo eran para todo el mundo, a muchos nos regalaba felicidad, y relajación. Te
aseguro, querido nieto, que ella tenía que ver con la magia de verdad, porque
solo la magia es capaz de hacerte creer en ella misma, de poner de acuerdo a
millones de adultos, fríos, tristes, y cansados, para sostener una mentira de
ilusión de tal magnitud. Una mentira que se producía sobre todo en aquella
noche ajena a este Universo, llena de excitación y esperanza, de huida a otro
mundo mejor, en el que la complicidad entre padres e hijos, adultos y niños,
convertía la magia en vida, y la vida en magia. La noche de teatro más hermosa
de todas.
Siento, de veras, que no llegaras a conocer mi
Navidad, queridísimo nieto, porque no haber conocido esa magia, aunque mas
tarde descubrieras que era una hermosa mentira, solo nos reafirma en el
sentimiento de que toda la magia es mentira. Tal vez te suene absurdo, pero de
haberlo vivido tendrías esperanza, sabrías con seguridad que en aquellos
momentos, mientras creías en ella, la magia era absolutamente real.
Y si fue así siempre quedará la esperanza de
volver a creer en ella, en vivirla, y crearla. ¡Hacer magia! Siento mucho que
no hayas conocido a mi Navidad, querido nieto. La Navidad de tu abuelo, rojo,
ateo, y enamorado de la Navidad.
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