Quien protege el corazón con alambradas,
descubre, antes o después, que, en realidad,
lo que hizo fue encerrarlo en una jaula.
Deberá abrirse paso entonces, a dentelladas,
si es que quiere volver a darle libertad.
Se herirá, con púas de metal emponzoñadas,
la boca, el tierno paladar… y las entrañas.
Y, tal vez, ya ni consiga liberar su alma.
Deja a tu corazón volar, aunque se vaya.
Ogando, junio, 2014.